Llevar
gorro en la cocina es una medida higiénica,
y el de forma cilíndrica y alta que está destinado sólo al chef
es útil para refrigerar la cabeza ante el calor de
los fogones.
Sin
embargo, las razones principales de este
curioso tocado parecen provenir de variopintas tradiciones.
Hay
quien dice que son originarios de los sombreros reales asirios; otros
mencionan al papa Juan
XXII, que nombró mostacero a un sobrino suyo en un rasgo de
nepotismo y, para que le respetaran, mandó que se pusiera un
aparatoso gorro.
Históricamente
está documentado desde que lo usó el cocinero francés Carême, que
fue chef de muchos poderosos del siglo XIX, como el príncipe de
Talleyrand, el zar Alejandro I o los Rothschild. Él lo
llamó “toque Blanche” y
comenzó a utilizarlo adornado con flores doradas como signo de gran
dignidad.